Mercedes Cabello

Perú, 1876. Veladas literarias, discusiones políticas, lectura de clásicos franceses, debates encendidos sobre religión… Este es el ambiente que envuelve a Mercedes Cabello durante los primeros años de su producción ensayística. El papel de la mujer en la sociedad, su educación y sus valores serán los principales temas que trate nuestra autora.


Más adelante abordará la narrativa y es aquí donde, con la libertad que le proporciona la escritura de ficción, vamos a ver sus ideas con mayor claridad.


Como ensayista fue galardonada y premiada. Mercedes hablaba de la importancia de incluir en la sociedad a la mujer a través del trabajo. Que una joven sin padre y sin estar casada pudiera tener una economía que le permitiera vivir por sí misma. Estas ideas, adelantadas sin duda a su tiempo y con una intención feminista, no dejan de estar en contraposición a los valores castrantes decimonónicos que afectaban a toda mujer de la época: su papel era en su casa, con su marido y sus hijos. Lo interesante es que Mercedes, partiendo de esta premisa, claramente patriarcal, explora las diferentes formas de subsistencia que puede tener una mujer que no cumpla, por el motivo que sea, estas expectativas.


Podríamos, sin demasiada impertinencia, deducir que la propia autora no cumplió estos roles que, con contrariedad, legitimaba; parece ser que no tuvo un matrimonio precisamente feliz y tampoco fue madre.


Todas estas circunstancias nos acercan a la novela que hoy publicamos, Blanca Sol, una obra plagada de simbolismos que embriagan al lector a la vez que a su protagonista. La novela empieza con un prólogo a modo de explicación, algo que parece condición en las novelas escritas por mujeres a lo largo del siglo XIX, como si tuvieran que excusar sus obras. Las escritoras tenían que demostrar algo; un valor moralizante, una enseñanza, la reivindicación de una corriente artística. Algo. Es por eso por lo que Mercedes, en la obra, hace muchas referencias culturales, desde Víctor Hugo hasta Balzac, en un alarde de erudición que, por supuesto, estaba vetado a la mayoría de mujeres.


Blanca Sol, pues, tiene esa lectura moralizante, tiene la erudición, tiene esa reivindicación del bien. ¿Entonces por qué la novela fue tan severamente criticada? A Mercedes la llamaron de todo, loca, puta, sinvergüenza, perversa. Y todo porque una mujer no puede tocar ciertos temas.


La protagonista se mueve en esa contradicción en la que parece vivir Mercedes. Ya desde el nombre mezcla el color de la pureza con la moneda peruana (imaginemos a una Blanca Peseta en nuestro país para poder ponernos en situación de lo que evoca el título), y a lo largo de sus páginas buscará “dinero con novio” y venderá su felicidad a costa de lujos y apariencias. Todo en ella es fachada. Desde su matrimonio a su maternidad –impuesta por su condición, pero no deseada–, su deseo sexual –que parece no despertar hasta que lo hace con un rugido amoroso–, sus amistades –todas falsas– y su religiosidad –impostada–, todo en ella es una patraña. Y es cuando llega el único poso de verdad en su vida cuando se pone todo patas arriba.


A Blanca se le perdona que sea hipócrita, egoísta, mala madre y peor esposa –según el sentir de la época–, se le perdona que sea infiel, que sea atrevida, que se burle de todo el mundo, que sea corrupta, todo. Pero ese perdón solo existirá mientras el teatro se mantenga en pie. Si todo se desmorona, todas las vergüenzas y el odio de una sociedad machista caerán sobre ella.


De alguna forma podríamos decir que es una metáfora de la propia vida de Mercedes. Elogiada al principio, galardonada, reivindicada como literata, será, una vez que se atreva a plasmar en novelas sus ideas, repudiada, tachada de mala escritora, de fantasiosa sin escrúpulos por sus propias compañeras de profesión.
Para reparar a Mercedes, queremos hacerlo a través de Blanca Sol, su novela más polémica, un retrato feroz de la sociedad limeña y una protagonista inusual en una época en la que las mujeres eran tratadas como objetos de belleza y perfección.


Mercedes murió en una institución psiquiátrica a la edad de 64 años.

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