Nuestras anteriores publicaciones, como toda nuestra labor editorial, han tratado de arrojar luz a por qué la escritura de las mujeres ha estado silenciada a lo largo de los siglos. Hemos hablado de tres autoras que vieron cómo se denostaban sus esfuerzos por hacerse un hueco en el panorama literario: Ana, eclipsada por su marido; Mercedes, acusada de escribir sobre cuestiones escabrosas; Eva, cuestionada en la autoría de sus obras.
Pues bien, os presentamos a nuestra cuarta espina. Una escritora que usó pseudónimo para escapar de los prejuicios que tenían que sufrir las mujeres cuando hablaban de ciertos temas. Os presentamos el rostro detrás de la firma de Rafael Luna: Matilde Cherner.
De nuevo, nos hallamos ante la difícil -y penosa- situación de encontrar a una excelente autora borrada de los libros de texto. Y, de nuevo, descubrimos una pluma maravillosa, pulcra, cuidadosa y decidida, eliminada del canon. Así que no quedaba otra: había que rescatarla.
Matilde Cherner es un nombre que, desgraciadamente, no os sonará a muchas. Sin embargo, podemos decir con orgullo que fue la primera escritora que habló abiertamente de prostitución. Se adelantó a las primeras -y famosísimas- novelas galdosianas que trataron de abordar este tema. Como tantas otras, Cherner sufrió el desprecio de sus compañeros de profesión, especialmente de Clarín, ¡qué novedad!
La novela siguió los pasos de la escuela francesa y de Zola, por lo que es la propia Matilde la que, en el prólogo de su libro María Magdalena, que hoy presentamos, llega a decir: «si este libro viera la luz en Francia, daría la vuelta al mundo» anticipándose a la reacción de la crítica española.
Lo publicó con el pseudónimo de Rafael Luna, también adelantándose a lo que pasaría si, además de tocar un tema casi prohibido, lo hiciera una mujer.
El libro empezó a publicarse, como era habitual por aquellos años, por capítulos en un periódico. Sorprendentemente, y sin ningún tipo de explicación al respecto, se dejó de publicar tras el segundo capítulo. Una mujer se había atrevido a denunciar públicamente la prostitución legal de la mujer. Denunció la tolerancia de las instituciones y de la iglesia. Habló de la pobreza que desamparaba a las jóvenes que no veían otra salida, otro posible futuro, otra esperanza.
Entra aquí, inevitablemente, un paralelismo con nuestra querida Mercedes Cabello y su Blanca Sol. De formas muy diferentes, ambas denunciaron lo mismo. Una, en Lima, en 1888; la otra, en Salamanca, en 1880. La respuesta para las dos fue la misma: una furibunda crítica, la censura más atroz y el silencio.
Hemos dicho que el periódico frenó la publicación seriada de María Magdalena. Pero la novela se publicó finalmente. ¿Cómo? Fueron la perseverancia y la valentía de Cherner las que lo hicieron posible. No hay demasiados registros -como siempre- sobre nuestra nueva autora, pero sí podemos leer que, en su primera edición, al finalizar el relato, se nos dice que podemos adquirir el título pidiéndolo directamente en el domicilio del autor. Es decir, Matilde tenía tanta confianza en lo que había escrito, sentía que era tan necesario, que se autopublicó.
Gracias, Matilde, desde aquí por tu infinita generosidad.
Ahora, desde Espinas, volvemos a poner en circulación una obra tan valiente como su autora.
Matilde murió al poco de la publicación de María Magdalena, como si su propósito se hubiera cumplido al fin.