Consuelo de Saint-Exupéry

Antoine de Saint-Exupéry escribió El Principito en 1943. Desde su publicación, su éxito no ha parado de crecer y crecer en el mundo. Cuento de cabecera de niños y muchos adultos, es el libro no religioso más traducido del mundo. El titán de los titanes de la literatura, por delante de El Quijote, continúa y, por lo que parece, continuará estando entre los libros más vendidos del mundo de forma perenne.

¿Pero quién es su autor? ¿Qué sabemos acerca de los dulces personajes del librito?

No estoy escribiendo esto para juzgar la célebre novela ni desdibujar a sus personajes. No obstante, uno de los protagonistas ha sido vilmente silenciado, vilipendiado y se nos ha contado de él solo lo que el famoso príncipe quiso. Le creímos a pies juntillas, pues de un ser tan puro y noble no podría nacer ninguna mentira.

Más allá de la poesía de la que queramos rodear el cuento, la realidad es que la famosa rosa altiva, orgullosa, caprichosa y terca, está inspirada en la figura de Consuelo Suncín (más tarde Consuelo de Saint-Exupéry), quien fue la mujer del autor durante quince años y hasta la muerte del célebre piloto.

Sus memorias, las Memorias de la rosa, son esclarecedoras para conocer a Antoine, o Tonio, como ella le llamaba con afecto. Y lo que he descubierto no os va a gustar.
Estamos en Buenos Aires, en 1930, a pocos días de un golpe de estado militar en ese país. Consuelo (Armenia, El Salvador, 10 de abril de 1901 – Grasse, Francia, 28 de mayo de 1979) está invitada en la ciudad en calidad de viuda del crítico guatemalteco Enrique Gómez Carrillo. Ella tiene 29 años. Conoce en una velada al piloto y literato y las presentaciones son así:

“Cuando me estaba poniendo el abrigo, irrumpió en el vestíbulo del hotel un hombre moreno muy corpulento. Vino directamente hacia mí y me tiró de las mangas del abrigo para impedir que me lo pusiera”.

Vamos, todo un caballero. A continuación, y pese a que ella verbaliza en más de una ocasión su deseo de marcharse, él la empuja sobre una silla y la agarra del brazo para que no pueda hacerlo.

Seguidamente, una de las escenas más terroríficas de las memorias, que a algunos les parecerá graciosa, pero aerófobos como yo podrán entender la ansiedad que se adueñará de Consuelo: Antoine quiere llevarla en su avión, a pesar de que, pocas líneas antes, la muchacha ha declarado: “No me gusta volar (…) Y quiero irme”.

Pues bien, prácticamente obligada, Consuelo acaba accediendo a montar en el avión junto a unos amigos. Saint-Exupéry, en un alarde de machismo, idiotez e inmadurez juntas, decide dirigir el morro del avión hacia el mar diciéndole que o le besa o se estrellan. Finalmente, claro, ella cede.

He hecho alguna reflexión que me gustaría destacar en este punto porque es importante para comprender a Consuelo a lo largo de toda su obra; muy a menudo, en el libro, se destaca que él es un hombre muy alto y corpulento, ella muy pequeñita. Podría ser meramente una connotación física, qué nos importan los atributos de los personajes. No obstante, hay muchas veces a lo largo de las memorias, aquí ahora os menciono literalmente alguna, en que vemos como sus amigos y, en especial, su marido, la tratan como a una niña pequeña, casi como si estuviera inválida (el paternalismo de siempre):

“Camina, camina más deprisa, niña, o te llevo a hombros”.

“Con él me sentía desarmada y perdía todo mi sentido práctico. Como una niña pequeña”.

“Sí, Consuelo, me gustan las mujeres pequeñas y silenciosas. Allá te rodearé como una reina de una decena de personitas para que nunca estés sola, para que juegues con ellas”.

No pretendo con esto justificar los actos de la escritora puesto que, en muchas ocasiones, he sentido una rabia inmensa porque no reaccionaba como creo que debería hacerlo, es terroríficamente permisiva, todo lo entiende, todo lo perdona, todo lo ama. Pero creo que tuvo mucho que ver que ella misma llegó a verse como una niña, perdida sin su Tonio, a quien necesita pese al daño que le causa. Pero aquí creo que está también lo más interesante de esta biografía; la contraposición de una mujer fuerte, talentosa, joven, con anhelos y esperanzas que, sin embargo, se ve irremediablemente ligada al hombre que es su condena y su soledad.

Pero sigo con el libro para mostraros todo esto.

Evidentemente, también en el libro, además de hablarnos de la obsesión del piloto con surcar los cielos, nos habla de literatura. Literatura que ella, al ayudarle tanto, considera que es de ambos y celebra los éxitos y los fracasos como propios. Él consulta cada página que escribe con su esposa, sin embargo, cuando el escritor se concentra, ella nos dice: “Mi tarea era hacerme pequeña, tenía que vivir en sus bolsillos”.

Otra parte curiosa y desgarradora del relato de Consuelo son las esperas. Antoine viaja y viaja, vuela y vuela. Y, de vez en cuando, regresa. Ella solo espera. Entre estas ausencias, como es normal, Consuelo conocerá a otros hombres. Fue un matrimonio muy tormentoso con infidelidades por ambas partes que no viene al caso contaros. En fin, las esperas, en cuanto a esto, Consuelo se preguntará muchas veces qué ha de hacer:

“¿En qué podía ser útil? ¿Cuál era mi deber inmediato? Esperar, esperar, esperar, esperar siempre…”

Y, a veces, dejará traslucir su desesperación:

“Entonces, ¿por qué me hiciste volver de El Salvador? ¿Por qué? ¿Por qué me alojas en una habitación de hotel? ¿Para esperar qué?”.

Estas esperas tienen mucho que ver con el papel de las mujeres en el mundo. Cuando el marido trabajaba, cuando se iba a hacer sus guerras, cuando, simplemente, no volvía a casa…

Me viene a la memoria un capítulo de El Principito, cuando el zorro le suplica que le domestique y dice:

“Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, ya desde las tres comenzaré a estar feliz. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. Al llegar las cuatro, me agitaré y me inquietaré; ¡Descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes en cualquier momento, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón… Es bueno que haya ritos”.

Consuelo no sabe cuándo ha de preparar su corazón, ni le sirven sus espinas, demasiado endebles para lo que le tocó vivir, ni nunca “domesticó” al hombre al que amaba. En una ocasión, tras sufrir su amado un grave accidente de avión, ella va a reconfortarlo al hospital pero él se muestra frío. Ella se preguntará “si de verdad existe el corazón del hombre, y dónde se encuentra. Acababa de salvar a Tonio de la muerte, y él me recordaba que ya no era mi compañero”.

Sin embargo, el cuidado no es recíproco. La escritora sufre una crisis nerviosa a causa del desprecio con que él la trataba:

“Desperté en una cama del hospital Vaugirard, en la sala de los indocumentados. Me habían recogido, en la acera (…) La Policía se había presentado dos veces en el apartamento para asegurarse de que mi marido no tenía ninguna intención de ir a buscar a su mujer a esa sala de ruinas humanas. Tuvieron que pedir a la portera que fuera al hospital para identificarme mientras dormía (…) Tonio salía a las cuatro en el tren París – Toulouse. Por primera vez, yo no me había preocupado de hacer sus maletas. Esa idea no me dejaba dormir, y al final me levanté para cumplir ese pequeño deber al que nunca había faltado”.

El matrimonio, además de infidelidades, tendrá multitud de idas y venidas donde habrá separaciones más o menos duraderas y se llegará incluso a hablar de divorcio, aunque este nunca llegará a concretarse por la oposición de Antoine. En una de sus separaciones, Consuelo describe de este modo lo que siente cuando se muda a vivir sola, casi verbalizando que estar lejos de su marido, sentimentalmente hablando, es para ella como estar muerta:

“A Tonio mi decisión le pareció muy valiente. Mi estudio le pareció simpático. Escuché sus felicitaciones del mismo modo que una muerta contaría los martillazos con que clavan la tapa de su ataúd”.

En cuanto a la historia de El Principito, hace directas alusiones a la rosa que ella encarnó, esa rosa que es tan importante para el pequeño pero a la que, sin embargo, deja sola:

“Había dejado unas letras y un bonito dibujo que era su retrato; un payaso con una flor en la mano, muy confuso, un payaso torpe que no sabía qué hacer con su flor… Más tarde, supe que la flor era yo, una flor muy orgullosa, como dice en El Principito”.

Termino la entrada, breve, pues, como siempre, os recomiendo leer el título completo, con unas palabras que el propio Saint-Exupéry le concede a Consuelo y que esta nos traslada a través de sus memorias:

“(…) Eres una gran poeta, Consuelo. Si quisieras, llegarías a ser mejor escritora que tu marido…”.

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